lunes, 29 de agosto de 2011

Ofrendas invisibles

La actividad más destacable y quizás satisfactoria del día de hoy ha sido dejar mi micro baño como una patena y cambiar la alfombra de la ducha por una rojo pasión bautizada como "modelo Barcelona"(lo he descubierto al tirar el envoltorio, hay namings hasta para eso, cuidador).
El caso es que las mañanas a mí, si no hay un planazo a la vista, me sientan mal. Hoy he tardado 2 horas de reloj en salir de la cama. Eso me lleva a la conclusión que la mayoría de nuestros días en este planeta, como ínfimos humanos, son de lo más anodinos.
La gente quizás piensa que los días de Cleopatra eran lo más, que si esclavo nubio por aquí, emperador romano por allá, pero ella también se aburría, estoy segura, y rezaba para que esas horas muertas que le recuerdan a una lo nada y menos que es y que se siente, se cayeran del calendario por arte de magia. Woody Allen ha pasado por lo mismo, según me han revelado mis fuentes anónimas y tratadas químicamente.
Así somos los humanos, los animales más difíciles e inexplicables de la creación.
Tengo que decir que lo del baño ha sido fruto de una incubación mental de unos 4 días, y por fin al 5, vestida de poli de brigada anti vicio del germen, he desalojado el zoo que había allí montado. Porque mientras las especies animales en el mundo desaparecen, en mi casa se multiplican. Arañas, hormigas, polillas y algún bípeo con desordenes emocionales conviven en armonía, formando un gran poema visual.
Lo que no saben es que me he cansado de parásitos y aquí no va a quedar ni el apuntador. Solo estoy autorizada a sobrevivir yo, porque soy la cronista oficial. He dicho.

viernes, 26 de agosto de 2011

La justa medida para uno mismo

Acabo de cenar dos mazorcas de maíz viendo extrañísimos videoclips de grupos vanguardistas en Youtube. Mientras, unas 25 calles más al este de mi casa, amigas mías hablan sobre la conveniencia de llevar alpargatas de cuña y suela de cáñamo en verano, porque son frescas, informales y a la par que elegantes.
Uno tiene que asumir su naturaleza, le guste o no. Y la mía es ir a contracorriente. No puedo evitarlo. Y el problema, más bien yo le llamaría discordancia, es que conforme pasan los años y los meses y las canas pueblan mi cabeza como un alegre campo de trigo albino, la cosa se acentúa. Porque algo hace clic en mi cabeza y dejo de escuchar lo que me dicen. Como el que se desconecta del runrun del tráfico. Ya sean tacones ergonómicos o sillas trenzadas. Off. Repaso mi nevera o recuerdo a mi último ligue perdido a día de hoy en algún bosque nórdico y europeo.
Y me maldigo o me felicito por cenar mazorcas amarillas y hablar con una pantalla de leds, que no tiene una opinión demasiado definida sobre el calzado de verano. Todavía.
En fin, es lo que hay. Uno no tiene que matarse a dar explicaciones. No me vas a ver en una mesa de conglomerado barnizada en mate blanco informándote sobre paquetes turísticos para familias. Ni en los últimos bancos de la iglesia. Ni en los de la Barceloneta dando de comer a las palomas (creo que es una fase clara y preocupante de la voluntad de abandonar este mundo, cuando ya sólo te hacen caso las palomas).
Esta canícula no ayuda demasiado a la paz de espíritu. Pero revela verdades y pliegues del alma muchas veces tapados por capas de ocio y hielo.

jueves, 25 de agosto de 2011

Tu ausencia se me pega como un chicle

Queridos y bien amados,
El champán rosa no ha muerto, simplemente se fue de su mesa y de su silla, cansado de tanto aburrimiento y previsibilidad. Ahora, con una bella musiquita de fondo, de esas que te transportan a un amanecer bonito, entre sábanas limpias y con leve brisa de fondo, os puedo decir que he vuelto entera.
Primero volvió mi cuerpo, luego mi cabeza, y al cabo de unas horas, con varios retrasos y puentes aéreos invisibles, volvió mi corazón.
Y ahora, en pijama, con 40 grados, la ciudad vacía y palomas de fondo, uno se empieza a conectar de nuevo con sí mismo, con su deseo, aquellos sueños que tuvo pero que una realidad a menudo imbécil y desnuda le negó.
No voy a permitir ceder ni 5 centímetros. Uno tiene que afianzarse en su atalaya de purpurina y no bajarse del burro, porque hay mucho desalmado y desalmada dispuestos a tragarse nuestra vida y nuestro corazón con sus máquinas picadoras y devolvernos una hamburguesa.
Ni transgénicos ni devoradores. Prepararos porque hemos vuelto más viejos, pero más sabios. Por cierto, me preocupa ligeramente descubrir que los tíos buenorros de 30 a 39 años han sido secuestrados por no sabemos qué organización feminista y solo nos han dejado niñatos o maduritos con un elevado síndrome de Peter Pan.
Si alguien ha visto a un hombre cabal, educado y agradable que haya conseguido escapar del secuestro, por favor que se ponga en contacto con recepción.
Os mando un beso de tinto de verano, con tres patatas fritas grasientas acompañando la aventura.