miércoles, 13 de junio de 2012

El refugio de la manada

Conducía ensimismada mirando las nubes cambiantes a golpe de viento. En la radio, las peores canciones de la historia de la música, jugaban a anestesiarme las trompas de Eustaquio. Uno de esos días donde te concentras para seguir con tus rutinas, porque tu pesado cuerpo primaveral pide cama y apearse del mundo.
A la altura de Montgat, una conocida sensación de tristeza me ha invadido. Tendría que pasar por el peaje, y como persona medio sensibilizada con la situación emocional-socio-económica que nos rodea, lo lógico sería pararme y decir que no quería aflojar ni un euro.
He pensado que una vez allí decidiría, ya que seguramente alguien más lo haría. Pero nadie lo ha solicitado, al menos que yo haya visto, y ese hijo de perra que es el inconsciente, me ha llevado al carril de pago automático donde una máquina voraz quería mi Visa y no mis razones revolucionarias.
He pagado 1,29 y he arrancado profundamente ofuscada. Nos refugiamos en los movimientos conocidos y previsibles para pasar los días invisiblemente, sin mayor problema. Aunque para ello nos traicionemos y nos sintamos una mezcla de hamster y rata de alcantarilla industrial.
Los grandes ideales se evaporan al ritmo de la canción del verano o los brindis con los primeros gazpachos. Creo que nos hace falta doble ración de Siberia, a ver si reaccionamos todos de una vez. Porque no somos islas inconexas, somos un vasto territorio que necesita aires de esperanza. Y como dice una amiga, que se metan por el túnel trasero el Eurovegas. Ánimo, no estás solo-a.

martes, 5 de junio de 2012

Los 30 son los nuevos 20

Lo que empezó siendo un titular de revista de ropa cara y modelos venidas del Este, acabó por materizarse en la vida real, donde la gente come chistorra y no enseña mansiones custodiadas por perros de raza.
La verdad se destiló en una discoteca, los nuevos púlpitos del siglo XXI, donde un poeta de la noche me soltó que yo tenía 24 años. Si no fuera porque le sobraban 5 copas, hubiéramos forjado una maravillosa amistad.
Luego seguimos en la tanda de festivales. Aunque en tu fuero interno te sientes como la tía abuela de las masas hormonadas, piensas, mejor estoy aquí que no viendo una serie que me recuerde mi condición efímera. Quememos las batas de casa, no sé qué descerebrado las inventó.
Una vez en el descampado de turno, te pillas cualquier tipo de bebida alquímica a 10 euros, y a pasar la tarde-noche. Si al final lo que cuenta es la actitud, todo el mundo va vestido como si estrenara 18 años, incluso los que vendieron su alma al banco a cambio de un nidito donde poner huevos con cierta seguridad.
Y la guinda a esa actitud veinteañera, donde todo es posible, es salir el domingo y volver a casa bailando la jota.
El domingo es ese día que la religión ha declarado como sagrado, de retiro, donde puedes hacer una lista de tus pecados, purgarlos, hincharte a chocolatinas y jurar que dejarás ese trabajo tan bíblico en cuanto puedas. Ese día te das cuenta que tus brazos empiezan a moverse en estático como un flan con nata, descubres tres canas nuevas y encima todo el peso del mundo se coloca en tu esternón, ahogándote la respiración.
Así que con alegría, uno sale el domingo, ni que sea a contar farolas. Esta vez caí en las redes de un nuevo festival. Compré unas cervezas al primer paqui sonriente y a canturrear nuevos himnos de salvación.
Amigos, que no os engañen, lo de la edad es para someternos a más malos rollos de los que necesitamos. Eliminadla.