jueves, 12 de julio de 2012

La ciudad de nadie

Todos sabemos a estas alturas que Barcelona está vendida y que incluso nosotros formamos parte de este parte temático. El difunto gorila Copito de Nieve se sentiría más normal que el resto de los ciudadanos, figurantes de una tragicomedia involuntaria.
Paralelamente a esta triste realidad llena de vinilos que escupen paellas baratas y experiencias culinarias Mediterráneas a base de aceite de colza, me doy cuenta que esta ciudad ha sido también privada de su energía.
Donde antes había algo de desparpajo, ahora solo se ven caras de cansancio, atribuido a varias causas, desde el calor, a los sueldos de chiste, pasando por una vida sexual similar a la de Santa Teresa de Jesús. En fin, que da pena ir por la calle.
Supongo que como hoy me siento existencial, todo lo veo así. Al ritmo que la vida despacha noticias restrictivas, cada vez eso que se llama alegría de vivir o ilusión, va menguando, hasta alcanzar el tamaño de la uña pequeña de un pie de bebé. O sea, casi desaparece, con lo que la gente es ya entonces carne apilada con determinadas necesidades físicas.
Quiero pensar que ante tanta presión exterior, floreceremos por dentro, como hermosos jardines tropicales. O quizás nuestro corazón se vuelva una hermética piedra pómez.
Sólo sé que si ahora me preguntan si aquí se batían palmas y se llenaban pistas de baile, los mandaría hacia Lima, donde testimonios anónimos aseguran que allí todavía brindan por algo.

martes, 10 de julio de 2012

Cuando seamos momias

Ha llegado a mis manos una tediosa carta de esas que implican ir a pagar recibos al banco. Tenía varias opciones, una de ellas era al Banco Santander para solucionar el entuerto. Me he encaminado hacia allí con resignación, pues intento evitar este tipo de establecimientos. Son puticlubs con atrezzo de casa de cambio.
De entrada, hay unos detectores de metales que parten de la base que llevas bragas de cota de malla y un par de kalashnikovs metidos en el bolso. Lo he dejado todo en la taquilla, solo me quedaba meterme dentro a mí también.
"Buenos días, vengo a pagar este recibo". El banco estaba desierto, solo había una mesa ocupada con dos seres quijotescos. El uno haciéndole la pelota al otro por ser un cliente adinerado. Hasta le ha abierto una puerta especial para que saliese de allí, evitando el vergonzante detector de metales.
La cajera me indica que estamos fuera de horas y que no puede ser. Dejo el lugar entre arcadas y "Jesusito de mi vida, mantenme lejos de estos lúgrubes parajes".
Parece que si tienes dinero y cuenta en todos los lugares imaginables la vida es más fácil. Si no, te vas a correos y te desayunas 40 minutos de cola, estilo Rusia comunista, que es lo que me ha tocado hacer.
En mi espera, he visualizado muchas momias mezcladas con gallinas, esperando en bancos, estampando recibos, pasando el tiempo invisiblemente. Y he pensado, al menos los pescadores sienten la brisa del mar en la cara. Paciencia y evasión, a partes iguales.

miércoles, 4 de julio de 2012

El factor humano

La situación actual navega entre el caos y el delirio. Lo máximo que uno puede aspirar es ser un aplicado grumete tocado con gorrito rojo que procura mantenerse en cubierta, a pesar de los constantes embates y severo mar de fondo.
Y así, en esta sopa de negatividad, me niego a convertirme en un vertido tóxico.
Es en los momentos más difíciles y oscuros que la linterna mágica que todos llevamos dentro brilla con una tímida intensidad desconocida, olvidada.
La crisis nos ha hecho a todos menos frívolos. Supongo que por necesidad. Igual soy yo que me he mistificado, pero parece que pasó la hora de los excesos. Ya no veo manadas de todoterrenos exultantes y metalizados, que recordaban la importancia del fajo de billetes debajo de la almohada y la necesidad de foie de canard en toda nevera nacional.
El filón italiano de ropa llena de strass, lycras escotadas y morenos de plancha, ha dejado paso a un estilo anodino, donde manda la discreción.
Parece que la gente ha devuelto el significado a disfrutar un minúsculo cortado en una terraza soleada. Los relojes macizos se revuelven en las casas de empeño para dejar lugar a muñecas liberadas, seguramente más independientes y sanas.
Y la nota humana del día la aporta el guardia de seguridad del Inem de calle Aragó. Me ha acompañado caballerosamente a la máquina de sellar la prestación y me ha deseado un feliz día de corazón, con sonrisa a prueba de uniformes.
Él es el apuntador invisible de estos días de cinturones apretados y siguiente por favor.