viernes, 29 de agosto de 2008

El recuerdo de lo que fue

Ayer mientras estaba tumbada en la cama recopilando de nuevo títulos variados, salió este. La anécdota se remonta a este martes, cuando quedé con una amiga y salió el tema del enganche mental y la mitificación que tendemos a levantar entorno a nuestras antiguas parejas y affaires varios (teléfono de aludidos del público 902 34 56 78). Que si era tal, cual, cuando en el fondo del todo perfectos no debían ser, igual que la parte contrincante, ya que se pegó un buen hachazo y se deshizo el bacalao. Me contaba que tendemos a llenar nuestras lagunas de aburrimiento con ese recuerdo dorado. Yo a parte tengo mi propia teoría de que somos animales gregarios y amorosos y se supone que vivimos adictos a la ternura y derivados como elemento de supervivencia y continuación de la especie. Porque son los instintos más elementales el motor de nuestra vida, no las charlas sobre el deficiente mercado laboral en este país con la que me obsequiaron hace poco un individuo del sexo opuesto. ¿Esto va a despertar al guardián de mi almacén de ternura? No, lo va a enviar a las Islas Mosquitos a hacer inmersión.
En todo caso, seguimos para línea. Feliz descanso de la civilización.
Se admiten experiencias de los oyentes.

jueves, 28 de agosto de 2008

Cada cita es un libro

Tengo pasión verdadera por delimitar una frase en el espacio y tiempo y pensar que sería un buen título para una peli de serie B, una serie de adolescentes, una serie de libros de crecimiento personal etc, etc...Así que me acuerde de entrada tengo anotadas como míticas la de Tus bragas son mis bragas, Muerte por sacarina, En mi culo no y algo más. Ayer, cervezas mediante, salió alguna perla más. La gran Naomi nos obsequió con un Si no tengo amor, cómo voy a tener desamor. Y yo le solté a mi compañero de neurosis Queen: Estoy obsesionada y quiero que lo sepas. Seguro que así, a bote pronto, como que no hace tanta gracia, pero en el contexto y en el momento exacto te tronchas. También me convencí de que el mejor estatus para el Caralibro era estoy comprando humus, ayer me producía gran risa, y hoy, como que me quedo un poco igual.
En el trabajo tenemos una pared forrada de grandes citas. Tipo: El día que me case, váis a ver (mía), Javi está lloviendo? No, es que me he lavado la cara (Javi) y Prefiero una mamada en el asiento de atrás de un coche que un león de Cannes (mr. C). Me seguiría explayando hasta el infinito, pero mi bandeja de entrada me reclama. Pongan sus frases y nos reiremos todos un poco más. Voy a comprar humus.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Dosis de normalidad

Después de los grandes hits de la raqueta y el calabacín, poco queda que contar. Ayer, quizás, mi rutina internáutica se vio interrumpida por la recepción de un video truculento. La historia es que conozco al tío que canta las maravillas de la ensalada de tomate y para pitorreo general, se ha convertido en una celebrity local. Se las daba de filósofo, fotógrafo y maldito. A mí me parecía un rollo de hombre, lánguido y una mala copia nórdica de Espartaco Santoni. Os pongo vídeo para que juzguéis el panorama.
También he visto un gato muerto negro tendido al lado de un edificio, todo muy poético y solitario. Un skater le preguntaba a la del bar que qué hacía. Pues dejarlo ahí, le han respondido. En fin, entre gatos y tomates será mejor que vuelva a mis rutinas taquígrafas. No voy a entrar en el infausto camino de para qué sirve todo esto, porque me he adscrito a la corriente un ladrillo cada día y no pienses más en el enconfrado. Cuando tenga el muro acabado os aviso.

martes, 26 de agosto de 2008

Un calabacín es un arma blanca

Fue uno de esos impulsos de última hora. ¿Quieres llevarte algo para el viaje? Yo dije que no. Total, los supermercados de la ciudad A están repletos de los mismos productos que los de la ciudad B. Insistió: una lata de anchoas, unas croquetas, un calabacín. Sacó el especímen del frutero y me lo enseñó. Era un calabacín cruzado secretamente con una calabaza y parecía la cosa más natural del mundo. Esto no se encontraba en las estanterías de mi supermercado junto a las bombillas de 100 watios. Quise que fuera mi amigo, y lo metí en la bolsa. Una vez en el coche, me asaltaron las dudas. ¿Qué llevas ahí niña? ¿No sabes que no se puede viajar con eso? Dánoslo. No quería llegar a ese punto. No quería que esa verdura silvestre se quedara en una bandeja de plástico anónima y serializada a la sombra de unos tíos vestidos de verde con cara de pocos amigos. En el fondo, sabía que podría pasarlo. Total, ¿qué tenía de peligroso?
Al pasar por el control, me despedí de mi tía con una mirada tipo ahora nos descubren. Creo que el guardia quizás confundió el objeto con un alegrador, un juguetito, vete a saber tú. La cuestión es que el sr. Calabacín reposa en mi nevera y creo que se va a aquedar allí un buen rato porque es enorme. Puedo montar un buffet o una fiesta temática. Está aún por ver.

lunes, 25 de agosto de 2008

Esa mosca la quiero muerta

Mi abuela es una figura que podría llenar medio internet con los matices de su personalidad. Cocinera entusiasta, el alma de la fiesta, defensora de los inocentes ante cualquier tipo de timo, conseguidora de ofertas, regateadora profesional y enemiga de las moscas namber uan. Este fin de semana la he ido a visitar y me he quedado estupefacta ante el último invento que reposa en su salón-comedor-living: la raqueta chamuscadora de moscas. No daba crédito a la unión de dos realidades tan paralelas como una raqueta y un ingenio liquidador de insectos. Parecía la abuela de Nadal haciendo ronda por la casa raqueta en mano. Muy divertido. Me quedé con las ganas de grabarla, porque luego se corta y el resultado dista años luz de su garbo natural empuñando la raqueta o antes un trapo. Era fantástico. Cual Diana Cazadora se abalanzaba contra la cristalera armada de un buen paño recio, entrenado para aniquilar cualquier vida con patas y dos alas. Tengo que confesar que conseguí grabarla bailando un pasodoble con mi tía, ya que eran las bodas de oro de un fantástico personaje del pueblo apodado el Chingao. Un amigo me dijo que por qué no me retiraba al pueblo a vivir. Así de entrada como que no, pero no sabes tú la experiencia totalmente revitalizante de una visita de fin de semana: la banda del pueblo que ríete tú de la de Kusturika, cañas a precios de ganga y un desfile de personalidades que ningún psicólogo acertaría a clasificar.
Tengo una bonita campaña de coches premium selection que vender al mundo, así que por el bien de mi vida laboral, me retiraré. Esta tarde descargo el vídeo a ver qué tal. Saludos de principio de semana, C.

viernes, 22 de agosto de 2008

Locura en el buffet

Mi contacto me dijo que el sitio estaba bien, que era un festival de colores y una celebración para los sentidos. Me entregué a sus prometedoras palabras cual fiel discípula de una secta. Iremos a probar el último buffet "japonés" del barrio. Aquel lugar parecía la sección de Asia de un parque temático. Sólo faltaba que las mozas fueran en bikini y ellos con leche de coco esparcida por la pechera, cantando el último hit del verano. No sé si se dio la conjunción de que todos los demás lugares estaban cerrados, pero el restaurante estaba altamente poblado. Todos en masa al buffet, como si estuvieran repartiendo beluga y néctar de papaya. La verdad es que había sushi de colores, unos calamares que vete tú a saber en que poza desconocida habían sido pescados, y chucherías de postre (?). Todo muy postmoderno, como la camarera "japonesa" que llevaba un decapado muy Tina Turner en plan liso y oscuro. También había un montón de gatos solitarios cenando diseminados por aquel salón no imperial. Y pensé, al paso que voy acabaré con el Cuore, detrás de una columna, deglutiendo calamares panasiáticos y rollitos llenos de proteínas secretas. Por cierto, ayer merendé unos cruasanes y llevaban encimas. Tomen nota. Un día nos saldrá una tercera oreja en la zona pariental y aquí no ha pasado nada. Volviendo al horror vacui japonés, he decidido que no me van a ver más. Que no quiero que me empujen unas tiparracas contra una fuente de melones, mientras comentan las unas a las otras que ese pastel de limón (aquello tenía de limón lo que yo de Albacete) estaba muy bueno.
Mi partenaire salió tan horrorizado como yo. Moraleja, hágase un potaje y quédese en casa escuchando a Mendelson. Si me animo os contaré lo que es ir a la peluquería y encontrarse al lado una pesada que iba con un perrito amaestrado que se llamaba Perla, con cuna incorporada. Casi tan salvaje como el buffet imperial.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La aldea de los progres

Claro, ¿por qué no iba a salir un martes a tomar el aire? Después de encontrarme a un señor por la calle que primero me dijo si quería una pera (tal cual) y luego si quería ir a su casa (?) decidí que era una buena hora para cenar. Quedé con una amiga y nos despeinamos juntas en la terraza mientras catábamos las judías biológicas de mi padre, un campesino postmoderno en lucha continua contra la chinchilla y hablador de plantas. Muy mono él. Luego decidimos ir a una plaza de la aldea más progresista de esta ciudad. Le dije a mi amiga que seguro que estaría repleto de escenógrafos, milenaristas, profesores de reiki y arqueólogos folk. Para mi sorpresa me presentaron a dos arqueólogos in situ, en plan lámpara mágica. Lo mejor de todo es que les dije que me llamaba Paquita y huyeron. Perfecto, porque esto confirma mis teorías de que en esa aldea te tienes que llamar Empédocles o Siracusa para que sus habitantes caigan rendidos a tus pies. Escuchamos a le Petit Ramón, que debe ser el nuevo oráculo o similar pero no le cogí demasiado el punto, para pasar al gran Riba y su pachanga variada, que al menos ves que se lo pasan bien. Volví a casa distraída, me metí en un concierto de jazz sin salida aparente, en plan persecución policial por el Bronx, y luego me reconducí a un nuevo capítulo de horizontalidad y ficción. Creo que Christopher Moltisanti me invitaba a cenar en Satriale's y me pedía cannoli de postre.

martes, 19 de agosto de 2008

Altoburgués por una tarde

La historia fue de la siguiente manera. Llegó a mis manos un bono regalo de un masaje en un estupendo hotel de esta escaparatada ciudad. La mejor manera para combatir un lunes, supongo. Antes del masaje en sí, te dejan campar por una especie de sala donde el agua reina en sus diferentes modalidades. Me cocí en el hamam, para pasar a una especie de piscina pseudo romana-muy principio de siglo, donde pensé, tal cual, que todo era posible, que este otoño me fulminaba el documental, que conocería a alguien maravilloso, que me enviaban de corresponsal cultural a Japón o a Nueva York para anotar las ideas más brillantes de las cabezas más pensantes de Shibuya o Manhattan y que me esperaba una merluza al vapor en casa con patatas y todo. Qué cosas que tienen las piscinas pseudo romanas, que te incendian la imaginación a más no poder.
Luego pasé a la sección masaje. Me tumbé, me desprendí de la ropa y de todas las ideas malignas que se empeñaban en acompañarme y me entregué a las manos de una desconocida que me debió remover no sé que fuente energética de mi tobillo, porque salí de aquel hotel muy principio de siglo con una penita colgada en la pechera, como un pin de partido político o una flor para una cita estratégica. En fin, del furor a la nieblina de bosque en dos horas. Pero como ya estoy acostumbrada a estas visitas inquietantes, le dije a mi pena, que nos iríamos juntas a tomar un helado de frutas del bosque y yogur, y me dijo que vale, que le parecía bien. Creo que se atracó con tanto helado, que luego ya no me dijo ni mu en toda la tarde. No hay nada mejor que tener contento al personal.

lunes, 18 de agosto de 2008

Veo luces, oigo señales

Seguramente se debía a una acumulación cósmica de serendipidad. No tenía otra explicación lógica. No podía ser que aquella congestión exagerada de señales respondiera a otra finalidad. Fue romperle el corazón y empezar a florecer señales, cual broma macabra. Iba al mercado, y allí, en primera fila speculous belgas. Volver a casa y en la rendija de la puerta un folleto de viajes con una semana romántica por Bélgica (Flandes y Brujas incluidos). Apoltronarse en el sofá y oír la invitación en principio amistosa de la vecina de enfrente que acababa de comprar una cerveza, evidentemente belga, de promoción y que si quería compartirla. No se lo podía creer. Veía camisetas de Tintín cada dos por tres, así como infinidad de referencias que solo su hipotálamo rasguñado podía leer. Una pena tan grande que se extendía como un chicle gigante y que le abrazaba noche y día se empeñaba en acompañarla. Vete bicho. Vete a la Grande Place y piérdete por debajo de una alcantarilla belga. Súbete al Atomium y que te succione una nube belga, ruidosa y llena de lluvia.
Cuando me lo contaba, asentía profundamente con cada una de sus digresiones. Porque en realidad ella no sabía que yo tenía patentada esas persecuciones de señales clasificadas por países.

Horizontalidad y ficción

Quería hablar. Quería contarlo. Pero no me quería acercar a mi pequeño Mac, porque aunque es adorable, me siento demasiado hija de mi tiempo, y me sorprendo a las 2 de la mañana mirando las fotos de no sé quién que se ha ido con sus colegas a un festival de música country, por decir algo, a no sé dónde y entonces pienso que debería estar en un lugar mejor. Que qué coño estoy haciendo cual murciélago desviado por un sonar defectuoso.
El caso es que he estado rodeada de realidad estos días. De playas puritanas, la esencia de la Costa Brava a un palmo, donde ni el karma de las olas me invitaban a hacer topless. Pijos aburridos anidando bajo sombrillas, gente natural como la vida misma que recita ristras de apellidos mientras pienso que se trata de un experimento antropológico y que en breve un señor me llamará para que me vaya a casa. Que mi parte del experimento ha concluido. Luego estuve con una niña atómica y pelirroja de dos años con la que hice pasteles de piedras en la playa, quizás lo más divertido. Y me tragué los Juegos Olímpicos, yo tan anti fan que soy del deporte, como que me emocioné. Ves la garra que tiene esa gente, personas que cada día repiten una rutina hasta la saciedad y logran superarse, competir, no decaer, una mística de la autosuperación de la que evidentemente estoy a años luz.
Luego volví a mi casa, a mi cama, a mis sábanas revueltas y me dediqué a poner lavadoras, trocear comida, escuchar coplas. Y pensé que al día siguente rodaría un nuevo capítulo de realidad vertical.

martes, 12 de agosto de 2008

La gente que toma zumo de piña

(entre otras cosas), me pregunto, qué tipo de gente es esa. Cómo pueden pedirse el peor zumo de la historia con diferencia, de un color blancuzco tirando a tostado que puede proceder de cualquier sitio menos de una piña. También me fascina la gente que se pide una caña de cabello de ángel. Terrible elección. Hoy ha sido un día señalado ya que en la panadería ha acontecido esta feliz coincidencia. Sólo ha faltado el hat trick con una ensaladilla rusa, que ya es la tercer cosa peor que te puedes pedir junto a los callos y los palitos de cangrejo rebozados (esos que llevan tres dedos de fritanga). El caso es que a la gente la puedes calar más o menos por lo que come. Aunque nunca se sabe, es puro esoterismo. Alguien que ingiera cañas de cabello de ángel me da cierto reparo de entrada. Tampoco me comería nunca una sopa en un restaurante chino. La verdad es que desciendo de la rama vasca de la buena comida y mejor mesa, donde una merluza responde a su nombre y se presenta lustrosa en tu plato con ese color marfil que no deja duda de su silvestre vida marítima. Enséñale a mi abuela un salteado de gambas del Mediterráneo y tendrás la versión española de Pesadilla en Elm Street. En fin, que yo arrastro tres mil manías culinarias incluida la del zumo de piña. Quizás podamos dividir a la gente entre los defensores y los detractores del zumo de piña. Al menos con esta división, ya sé donde estoy.

lunes, 11 de agosto de 2008

Back from the haren

Una semana pasa a la velocidad de la luz, del rayo y las ondas gamma, todas juntas. 5 días en Estambul también. Estaba justo pensando que hacía tiempo que no viajaba sola y lo que al principio es reparo y cierto bloqueo, pasó a ser disfrute y un gran por qué no. Ir solo te permite camuflarte mejor con el paisaje, y luego te confunden con una islandesa, te invitan a tomar un café en una tienda de alfombras y kilims del año pum en el Gran Bazar y luego vas a cenar a un restaurante con vistas al Bósforo y bailas horteradas con desconocidos. No está mal. El tercer día llegaron mis contactos y ya me dediqué a deambular con ellos. Muy agradables todos y sonrientes. Fuimos a la boda, que más bien parecía un posado para el Vogue Italia, ya que las invitadas sobre todo iban estupendas con sus modelazos y tacones moldeadores de glúteos. Me fascinó el ritual persa, con sus bailes, la gente cantando, las miradas, la alegría, todo vamos. Y luego bailoteo con vistas al Bósforo de nuevo y luego en una discoteca enmoquetada que fue estupendo para deshacerse de los tacones. Los dias que quedaban nos dedicamos a ver antigúedades, desayunar con vistas al mar y tomarnos cuatro mil tés. Hoy me he levantado sin el run run del tráfico estambulí y sin carros llenos de manzanas que casi me atropellan.
A cambio, una ciudad vacía y con una nube como una gran pamela, coronándolo todo. Las buenas noticias son que el silencio lo ha invadido todo pacíficamente.

viernes, 1 de agosto de 2008

Cuento matinal

Una joven posadolescente con problemas de altura busca antiacné en farmacia de guardia y se encuentra a su príncipe en forma de agente comercial de un laboratorio suizo y le da unas cremas de prueba que le dan un aspecto de persona interesante pero al ponerse la crema, es el agente quien se vuelve aún más interesante y entablan una florida conversación sobre el uso de la luz en las películas de Dreyer ays, Dreyer, suspira él, con la mirada perdida en el horizonte cómo me hubiera gustado cambiar el maletín por el objetivo de 35 mm cuando una lágrima comienza a caer por su mejilla y entonces ella le dice que no se preocupe, que historias hay en todos los lados y que quizás su lugar en el mundo esté de la mano del maletín. En ese instante el maletín se abre y empieza a surgir de él nubes de plata y la chica embelesada no puede remediar empezar a bailar danzas balinesas para celebrar el momento. Toda la farmacia se convierte en un coro. Los frascos de cremas tararean los du du ah. Los envases de pildoras entonan los dubidodú las cajas de preservativos se abren eclosionando así como los tarros de ungüentos. Es lunes y parece el primer día del mundo. Amanece en la farmacia Dreyer.

** Escrito a cuatro manos con el amo y señor de
http://cerocoma23.blogspot.com/

Una noche en Lloret

En la coronilla de la ciudad, allá por Montjuich, existe un pinar que podía estar trasplantado en Lloret de Mar perfectamente y no te darías ni cuenta. Ayer celebramos el cumpleaños de dos amigos y yo estaba encantada, porque parecía que me iba de vacaciones por una noche. Fuimos en plan excursión motera y el aroma de las plantas lo inundaba todo, así como una nube de humedad y sensualidad que rodeaba la montaña, hasta rodear tu propia ubicación mental y hacerte olvidar que estabas en Barcelona, que mañana te esperaban en un trabajo y que la pasta rellena de setas estaba de oferta en el supermercado de la esquina. Llegamos justo para ver cómo el sol se acababa de revolcar y desaparecía por las entrañas de la ciudad. La vista, espectacular. Un cruce extraño entre Metrópolis y una orilla industrializada del Mediterráneo.
Es fantástico salirte de tus rutas habituales para observar las cosas desde nuevas perspectivas. La señal final, según mi abstracto sistema de señales y pistas a seguir, fue que pusieron Calaveras y Diablitos de los Cadillacs. Si ya lo pensaba, lo corroboré automáticamente. La vida es maravillosa en una mesa, rodeada de buenos amigos, un tintorro, mujeres embarazadas, brisa veraniega y ráfagas de retama. Esos referentes no hay que perderlos, porque son la llave Allen de la Felicidad.
El Canal Nostalgia, para todos ustedes, se despide. Ha sido una semana triste de despedidas y ya no me caben más tiritas en la parte derecha superior.