lunes, 17 de septiembre de 2012

La vida se esconde en las cafeterías

Estoy tomándome el café iniciador-redentor del día en mi cafetería de hipsters habitual. ¿Por qué voy allí si en el fondo aborrezco los gestos absurdos y las modas peregrinas? No lo sé muy bien. Sólo sé que los camareros está buenorros, sonríen y parece que les importas por unos breves 14 segundos, el tiempo medio que tardan en transportarte tu recién fabricado latte de detrás de la barra a tu mesa.
Una mesa por cierto encontrada en algún contenedor de barrio de clase alta, algo desvencijada pero siempre estética, y con cuatro patas, algo bastante fundamental.
Es curiosa la trama improvisada que se urde aquí cada día. Como buena mediterránea, yo me pego a la cristalera, por donde entra la luz y se acumula un calorcito digno de Cádiz. Desde esta atalaya, miro a las jovencitas parapetadas en sus macs, con gesto concentrado, no sé si comprando acciones, mirando las últimas tendencias en gafas de la tercera edad o bien viendo vídeos picantes, fruto de su contacto visual con los camareros apolíneos.
Van vestidas aparentemente de cualquier manera, pero eso es una teoría incierta. Yo veo mucho trabajo internáutico detrás de esa pose descuidada pero profesional.
También hay hombres de 40 años que se comportan como las de 20, siempre vestidos como si un incendio se hubiese declarado espontáneamente esta mañana en su habitación, pero con la seguridad de que su combinación va a ser un bomazo estético.
Yo ya me he acabado mi café y voy a iniciar mi peregrinaje hacia el frío exterior. Pero voy confiada: hoy me han dibujado un corazón en la espuma del carísimo café. BIEN.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Yo procastino, tú procastinas

Amigos y desconocidos,
La tierra no me había succionado en un tremendo vórtex, junto a banqueros y gentes de baja estofa, nuestro sueño colectivo. Pas ça.
Es que el verano es muy perro, y esos solazos en la cara, luego la humedad, sudar por lugares inverosímiles, que contrariamente a lo que uno piensa, secretan agua y minerales... La ropa pegada al cuerpo, la tensión por los suelos y la capacidad de decisión totalmente anulada. Solo se visualizan duchas y playas al atardecer.
Vamos, que sólo con un cebo del estilo de una cerveza fría una mueve el culo.
Y como últimamente estuve hospedada en casa de mi madre, más que darme cervezas, la mujer me ofrecía bistecs y ese tipo de cosas que dan las madres, con lo que el rendimiento literario ha sido bajo.
Luego también he tenido altos: en lectura y edición de vídeo. Sí señor, a pesar de las temperaturas dignas de un hamam intensivo y permanente, he conseguido acabar mi tercer documental.
Tendría que haber hecho un tráiler promocional ahora que lo pienso, pero mi agente de márketing, o sea yo misma, va resolviendo necesidades sobre la marcha.
Tengo que venderme yo, lo que escribo, lo que pienso y lo que sueño. ¿Por qué todo es vendible y mercadeable? ¿Podemos vivir todavía con cierta laxitud, sin peinarnos y sin tratar de convencer a todos que somos lo más? Ya tenéis un tema más en que pensar.
Y después de este monólogo, voy a encararme a mis pequeñas tareas. Pequeños gigantes de piedra que esperan ser desnudados. Voy a sacaros la camiseta de un tirón. Ahora.