viernes, 7 de septiembre de 2012

Yo procastino, tú procastinas

Amigos y desconocidos,
La tierra no me había succionado en un tremendo vórtex, junto a banqueros y gentes de baja estofa, nuestro sueño colectivo. Pas ça.
Es que el verano es muy perro, y esos solazos en la cara, luego la humedad, sudar por lugares inverosímiles, que contrariamente a lo que uno piensa, secretan agua y minerales... La ropa pegada al cuerpo, la tensión por los suelos y la capacidad de decisión totalmente anulada. Solo se visualizan duchas y playas al atardecer.
Vamos, que sólo con un cebo del estilo de una cerveza fría una mueve el culo.
Y como últimamente estuve hospedada en casa de mi madre, más que darme cervezas, la mujer me ofrecía bistecs y ese tipo de cosas que dan las madres, con lo que el rendimiento literario ha sido bajo.
Luego también he tenido altos: en lectura y edición de vídeo. Sí señor, a pesar de las temperaturas dignas de un hamam intensivo y permanente, he conseguido acabar mi tercer documental.
Tendría que haber hecho un tráiler promocional ahora que lo pienso, pero mi agente de márketing, o sea yo misma, va resolviendo necesidades sobre la marcha.
Tengo que venderme yo, lo que escribo, lo que pienso y lo que sueño. ¿Por qué todo es vendible y mercadeable? ¿Podemos vivir todavía con cierta laxitud, sin peinarnos y sin tratar de convencer a todos que somos lo más? Ya tenéis un tema más en que pensar.
Y después de este monólogo, voy a encararme a mis pequeñas tareas. Pequeños gigantes de piedra que esperan ser desnudados. Voy a sacaros la camiseta de un tirón. Ahora.

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