martes, 10 de julio de 2012

Cuando seamos momias

Ha llegado a mis manos una tediosa carta de esas que implican ir a pagar recibos al banco. Tenía varias opciones, una de ellas era al Banco Santander para solucionar el entuerto. Me he encaminado hacia allí con resignación, pues intento evitar este tipo de establecimientos. Son puticlubs con atrezzo de casa de cambio.
De entrada, hay unos detectores de metales que parten de la base que llevas bragas de cota de malla y un par de kalashnikovs metidos en el bolso. Lo he dejado todo en la taquilla, solo me quedaba meterme dentro a mí también.
"Buenos días, vengo a pagar este recibo". El banco estaba desierto, solo había una mesa ocupada con dos seres quijotescos. El uno haciéndole la pelota al otro por ser un cliente adinerado. Hasta le ha abierto una puerta especial para que saliese de allí, evitando el vergonzante detector de metales.
La cajera me indica que estamos fuera de horas y que no puede ser. Dejo el lugar entre arcadas y "Jesusito de mi vida, mantenme lejos de estos lúgrubes parajes".
Parece que si tienes dinero y cuenta en todos los lugares imaginables la vida es más fácil. Si no, te vas a correos y te desayunas 40 minutos de cola, estilo Rusia comunista, que es lo que me ha tocado hacer.
En mi espera, he visualizado muchas momias mezcladas con gallinas, esperando en bancos, estampando recibos, pasando el tiempo invisiblemente. Y he pensado, al menos los pescadores sienten la brisa del mar en la cara. Paciencia y evasión, a partes iguales.

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