viernes, 26 de agosto de 2011

La justa medida para uno mismo

Acabo de cenar dos mazorcas de maíz viendo extrañísimos videoclips de grupos vanguardistas en Youtube. Mientras, unas 25 calles más al este de mi casa, amigas mías hablan sobre la conveniencia de llevar alpargatas de cuña y suela de cáñamo en verano, porque son frescas, informales y a la par que elegantes.
Uno tiene que asumir su naturaleza, le guste o no. Y la mía es ir a contracorriente. No puedo evitarlo. Y el problema, más bien yo le llamaría discordancia, es que conforme pasan los años y los meses y las canas pueblan mi cabeza como un alegre campo de trigo albino, la cosa se acentúa. Porque algo hace clic en mi cabeza y dejo de escuchar lo que me dicen. Como el que se desconecta del runrun del tráfico. Ya sean tacones ergonómicos o sillas trenzadas. Off. Repaso mi nevera o recuerdo a mi último ligue perdido a día de hoy en algún bosque nórdico y europeo.
Y me maldigo o me felicito por cenar mazorcas amarillas y hablar con una pantalla de leds, que no tiene una opinión demasiado definida sobre el calzado de verano. Todavía.
En fin, es lo que hay. Uno no tiene que matarse a dar explicaciones. No me vas a ver en una mesa de conglomerado barnizada en mate blanco informándote sobre paquetes turísticos para familias. Ni en los últimos bancos de la iglesia. Ni en los de la Barceloneta dando de comer a las palomas (creo que es una fase clara y preocupante de la voluntad de abandonar este mundo, cuando ya sólo te hacen caso las palomas).
Esta canícula no ayuda demasiado a la paz de espíritu. Pero revela verdades y pliegues del alma muchas veces tapados por capas de ocio y hielo.

3 comentarios:

inma dijo...

Mortales las últimas líneas.
Me ha gustado mucho el post. Y sí que ha ayuda a este calor. Saludos Conchi!

Pink pony dijo...

Gracias mona :)

Javier Urtasun dijo...

mona!