martes, 4 de octubre de 2011

Soy una bestia. Sí, lo soy.

Hoy he tenido que visitar a un hombre que se llama ginecólogo y que se dedica a verificar que tus partes más íntimas están en perfecto orden.
Antes de agobiaba con lo de ¿edad, tienes una relación? Ni tengo tres años ni me voy a casar mañana. Ya sé que son las preguntas de rigor que él tiene que hacer. Pero yo también podría hacerle unas cuantas y no lo hago.
Hemos pasado a ese sitio extraño que es esa camilla ortopédica que utilizan. El hombre iba haciendo sus exploraciones y con la feliz idea de entretenerme me ha preguntado por mi trabajo. No sé por qué motivo, pero así he sido, le he soltado una perorata, que los del 15M estarían de nuevo orgullosos de mí (ahora casi no salgo de casa, no puedo ayudarles mucho, sólo con micro guerrillas como esta).
Básicamente le he dicho que esta crisis era un retroceso a tiempos feudales encubiertos de carestía artificialmente creada y mil intereses que ya se encargan los responsables de mantenerlos encubiertos. Que los cuatro que se chupan la polla entre ellos (literal) se van a quedar en sus chalets, ajenos a los acontecimientos que nos abofetean al resto.
Y él debería estar indignado. Porque a todo lo que exponía él respondía un "sí claro". Hasta que le he dicho: ya sé que tú estás ocupado trabajando, pero por decencia ciudadana, podrías salir a la calle y no dedicarte a decir "sí claro" a todo.
Se había quedado sorprendido porque en Málaga los zapatos valían 30 euros en lugar de los 100 que cuestan aquí. Cada uno sufre en esta vida a su manera.
Creo que le he dado MIEDO porque con un "muy bien, guapa" me ha acompañado hasta la puerta. Y yo, en la calle, me he dado cuenta de que realmente estaba indignada.

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