viernes, 14 de noviembre de 2008

Una isla se acerca a otra

En una montaña de otra galaxia pero situada en la misma ciudad que lidera el sheriff Hereu, aparecen, previo pago, cuatro mozos islandeses. Uno podría parecer el primo lejano de Paco Clavel, por su chaqueta tipo cowboy urbano y el estampado golden total que lleva en la cara, cual mapamundi de pan de oro. Los otros han salido de sus cabañas, se han puesto el traje de domingo y han salido tan panchos a tocar.
Por fin un concierto sin agobios. Tranquilo, con espacio, buen sonido, rodeada de los tres más altos de todo el pavellón, que evidentemente se colocaron delante mío, pensé que por ese precio me podía haber comprado un kilo de percebes. Pero prefería a los niños monos de Sigur Ros.
Escenografía bonita, lluvia de confetti (una de mis debilidades), sueños automáticos con praderas e islotes de hielo silenciosos, rotos por UNA petarda.
Tengo aversión intermitente a las parejas. Escucho, a 15 centímetros de mi hombro derecho, transcribo literalmente:
¿Pero tú quieres o no?
A mí ahora no me apetece.
A mí sí.
Y luego follamos, que hace tiempo que no lo hacemos.
Vale, me apetece mucho.
No sé si hablaban de chuletones o de viagras. Bla bla bla. Seguro que son gente encantadora pero NO necesitaba oír eso.
La otra duda que se me planteó era qué demonios hacía la tipa con el móvil en la mano la mitad del concierto. A ver, si quieres toquetear el móvil, te sale mejor irte a un bar a tomarte una caña que no venirte hasta aquí.
La curiosidad me pudo y al final visualicé su misión: enviar a no sé quien un beso psicodélico desde su móvil vía sms. La postmodernidad tiene cosas bien raras.
Yo me quedo con Paco Clavel, los confetti y las luces de luna llena islándica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Seggio

El nivel humano de Sigur Ros se entendió a la perfección :-)