lunes, 31 de agosto de 2009

Cesárea de la ciudad

Podría sonar a ensoñación o a aterrizaje de un viaje lisérgico, pero qué bien se está en esta ciudad en agosto. Casi que te apetece tirar una sábana al suelo para acurrucarla y que descanse de la continua prostitución a la que se ve sometida.
Todos me preguntaban este verano, y qué Barcelona, qué guay no? Dicen que las caras reflejan las almas, y la verdad es que no pude evitar torcer el morro al pensar en la granja-escuela en que se ha convertido esta hija mediana con estilo. Que si te pongas la falda debajo de la rodilla, que si te pongas los mocasines bien limpios, que dejes el coche en el garaje y vayas en bici, que acaricies a los perros, ayudes a los rusos a encontrar el pan con tomate más cercano, y un largo etcétera. Pobrecita, en breve le va aflorar una úlcera del tamaño de un pie. Es que la tienen maniatada, no se puede tirar ni un sonoro pedo en público y en paz.
Volviendo al hilo del silencio y la tranquilidad. Podía oír los latidos de sus adoquines, el ronroneo de las esquinas adormecidas de tanto calor. El baile silvestre de sus arbustos. Y pensé: qué mona estás así, en modo siesta, sin peinar, sin sujetador, sin pretensiones...Porque ya lo decía un viejo conocido mío: es por la mañana, después de abrir los ojos, cuando las mujeres están en su máximo esplendor.

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