jueves, 1 de septiembre de 2011

Lo que representa velar por el orden

Ser policía o cualquier tipo de esbirro dedicado a vigilar la normativa vigente hoy en día, debe ser lo peor. Bad timing queridos. Si hasta El País, que siempre hablan de lo que la gente le preocupa (desde infancias desdichadas de Rihanna a familias desestructuradas en Móstoles), se preocupaba el otro día de publicar un boletín sobre cómo disolver una sentada pública o una ocupación del ambulatorio de turno.
Es que vamos. Era tan cómodo ser poli antes. O aduanero. O alguien que te vigila porque es necesario (ya lo advertía Rousseau hace tiempo).
Te pedía los papeles, tú rezabas para que todo estuviera en su sitio, y cada uno a su casa, tú con la lección bien aprendida de que no hay que excederse demasiado en lo que a orden y concierto se refiere. Aunque fuera un memo lerdo la persona que te atendía y más bien un gañán en sus modales. Nos imponía algo semejante a la autoridad.
Pero la gente ahora está con los morros inflados y el cerebro y órganos coronarios a punto de explotar. Estamos bajo presión, una nube negra invisible se cierne sobre nosotros amenazando deshaucios, paros, recortes, y claro, cuando te tocan lo tuyo, la cosa se disloca.
Por una parte me alegro de que las cosas se tensionen, porque sacan al guerrero que todos llevamos dentro. Por otra parte, lo de siempre, hasta que el vaso no rebosa y hay inundaciones nadie saca el flotador. Y lo de siempre, el que está vigilando el patio podía ser tú y tu podías ser él. Por eso me encantaría ver alguna foto a lo gonzo, donde un poli se saca el disfraz y llevara un tatto en el pecho mismamente que ponga Viva Teruel o Rosi te quiero, porque todos estamos hechos del mismo barro y solo nos separa un disfraz. Y cuatro órdenes mal formuladas que no se las cree ni el que las ha dictado.

No hay comentarios: