viernes, 9 de septiembre de 2011

Miedo de alimentarse en Barcelona

Mi salud mental depende en estos momentos del yoga, la música y mi pequeña vida social. Ayer quedé con el doble natural de Don Johnon, que vive en Barcelona, por si no lo sabíais. El caso es que la cita era en esa hora extraña en que tienes que decidir si finalmente vas a cenar o te vas a meter unas cervezas entre pecho y espalda con caída libre y amanecer turbulento.
Yo jugué la carta de la seguridad y cené en casa. Comer fuera de tu espacio natural conlleva más de un riesgo. El primero, que te roben descaradamente. Esta ciudad se está convirtiendo en una especie de joyería, donde las cañas valen 2 y 3 euros y los bocadillos 5 y 6 euros. Vale que vivo en la central de orfebrería, que es Gracia, pero cuando supere esta etapa, me voy a ir a San Jeroni de Dalt donde todo me costará 1 euro. Y seré feliz. Lo juro.
Don Johnson tenía hambre y tuvo que enfrentarse a una carta horriblemente diseñada con una especie de trampa mortal: todo lo que se ofrecía valía 4,80 euros. El peligro duerme en cualquier lugar. No tuvo miedo a una indigestión ni a enfrentarse a una noche de pesadillas gástricas. Con una valentía extraordinaria, se pidió una tortilla de foiegras y bacon. Antes me como un kilo de manzanas del tirón.
Después de allí saltamos a otro bar y así sucesivamente, hasta que volví a mi casa cantando jotas y hoy he tenido un kilo de cemento en la cabeza durante toda la mañana.
Con la reflexión de siempre: ¿por qué siempre hay sitio para una caña más sea la hora que sea? ¿Por qué siempre piensas que el alcohol te ayudará a vete tú a saber qué?
Al menos no me ha dado por jugar a las tragaperras, mirémoslo por esta parte.

No hay comentarios: