lunes, 30 de agosto de 2010

Lo que se espera de mí

Seguimos en la tónica bajeza y depresión. Una pena, teniendo en cuenta el fantástico fin de semana que he pasado con mis vecinas, la hermanísima, el ex novio de la misma y la familia de todos ellos. Yo, que siempre sufro estrés pre-traumal de familia descompuesta, me he dado cuenta de que nada mejor que una buena familia desintegrada para que no te toquen las narices en exceso.
Yo viví aquello como una extensión gratis del TDT, un Gran Hermano sin moderador, donde el padre y su sabiduría intentan impartir cátedra siempre que pueden y las hijas vuelcan los ojos hacia atrás y sueñan con bebidas de alta gradación para olvidar ese momento indeleble en sus retinas y trompas de Eustaquio.
Todos opinan, todos saben. Que si los jóvenes son unos vagos y no ahorran, que antes la vida sí que era dura, que ahora nos vamos de viaje y por eso no compramos pisos, que si cambiamos de novios más que de bragas, vamos....para caerse de la silla.
Y yo, que odio la autoridad, intenté lanzar cabos y cuerdas para que entiendan un poco que estar a flote en el 2010 no es tarea fácil y que somos supervivientes. Y que no se puede querer más a un coche que a una hija, porque en esa casa los coches son sagrados.
Y por tal motivo, bauticé al coche como coche museo, porque vamos, sólo hace falta que te cobren un euro para verlo. Yo ya hice mi tarea de labor social y de mediadora. Que me vuelvan a invitar a esa casa de nuevo ya es otro cantar. Ala, despegando que ya es lunes, mira tú por dónde.

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