miércoles, 29 de septiembre de 2010

Lo que hay ahí fuera

No me imaginaba nada especial para un día de huelga general, la verdad. Igual había un riesgo real de que te propinaran un golpe de pala algunos exacerbados sindicalistas, pero supongo que el lastre de la domesticación ya ni te pesa, y te entregas a tu causa ya sin pensar las consecuencias. Nada de boleros sobre la brevedad de la vida y el paso de los años. Semáforo, ráfaga de viento en la cara y word. Siempre word. Te quiero.
La sorpresa que ha emergido, junto a una agradable luz otoñal, ha sido el silencio. Oh Dios que andas oculto por las alacenas y los wateres de macrodiscotecas, existes. Todos los oficios metedores de ruido de la ciudad se han evaporado. Y mis biorritmos lo han celebrado con una leve sonrisa. Y tampoco no he visto rastro del bus turístico. Casi tengo un orgasmo visual en la moto.
Así ha sido. Quizás necesito un traslado urgente a Santa Pola o a un rincón del Pirineo. Porque las pedorretas de las motos quinquis cada vez me aceleran más, así como la sinfonía de martillos hidráulicos que violan el cemento día sí y día también.
Amigos, comed tomates, ricos en licopeno, y aprovechad los últimos rayos de sol. Ars longa, vita brevis.

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