Odio y miedo en la mesa

Llego esta mañana tan ricamente a mi microclima de trabajo y en menos que canta un gallo ya tenemos follón al canto. Sigo defendiendo a capa y espada la idea de que la gente más conflictiva es la que fornica menos. En serio. Tengo un compañero-part time energúmeno que se pone como una moto si le comento que suba la persiana. Amenaza con cederme su sitio, que el sol le persigue y no sé que otras 26 patrañas-argumentos más. Agotador. Luego otro que me contesta como un teenager en flor y mi sistema parasimpático no puede más que ennervarse, me aparece una arruga en la nariz cual puercoespín y me sube el pulso a 20.000. Y yo que venía de Hacienda, que tendría que estar aterrorizada, pues esto si que me ha parecido peor que el cuento de Hansel y Gretel versión gore. En fin. Poco más. Como hecho destacable el estupendo bocadillo de jabugo que me zampé ayer en gran compañía y el transporte de un limonero por un tramo de ciudad. Me pareció de lo más poético. Aunque la idea del limonero era regalarlo para hacer mojitos, me pareció una gran acción. Un día podíamos organizarnos todos y pasear árboles y plantas. Perros y tortugas también entran en el grupo. Es mucho más balsámico que aguantar malas leches matinales.