miércoles, 16 de julio de 2008

La enfermedad del sueño

No consigo despertarme todavía a pesar de llevar dos cafés, un bocadillo vegetal y ligero estrés en el cuerpo. ¿Con qué biorritmos estoy sintonizada? ¿Con los del topo? Yo ya no sé si es el verano, la indolencia, la confianza de que en un momento dado el paro nos acogerá a todos en su seno maternal o vete tú a saber qué. ¿Son los directivos de multinacionales seres de una raza superior? ¿También cabecean delante del teclado? ¿Retrasan los relojes a tientas y de manera automática? Esto lo tengo pendiente de descubrir. Las personas más responsables que conozco suelen llegar a la hora y tienen un aguante considerable. Este camino torcido entre las ínfulas artísticas y el neocapitalismo es tierra de nadie. Lo tiras todo por la borda y le cantas a la naturaleza en una cala perdida del Cap de Creus o te espabilas, te despiertas, te tomas un par de Red Bulls y pones pause en el canal imaginación. Lo hablaba hace un mini minuto con mi compañero de mesa. Aquí nadie llega a la hora ni a tiros y la gente trabaja porque los famosos clientes esperan sus entregas, pero lo que es brío, ganas y paso ligero lo llevan tres. Estoy por meterme a la cama a las 9. Y pensar que sacrifiqué capítulos de los Soprano para acostarme pronto y levantarme a una hora decente...Tony, tranquilo que hoy nos ponemos al día. En fin, me voy a poner alguna horterada y a producir papeles mojados. Busco amante rico que me retire, a cambio bailaré jotas o tocaré el oukelele.

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