viernes, 30 de octubre de 2009

Alegoría de las hojas secas

Me encantan las mañanas de otoño, limpias y omniscientes, como una palomita de maíz, contrastadas con un azul intenso, último resquicio de una naturaleza dominada por ciclomotores de dos tiempos y contendores de reciclaje.
Y me gustan todavía más si van acompañadas de un bonito calentador nuevo.
Ayer llegué a mi casa, y con la empanadilla mental no acabé de entender como darle vida a la máquina. Luego, una vez ya en la cama, pensé que igual el gas estaba cerrado. Et voilà. Resulta que el señor Ríos, veló por mi salud y cerró el gas.
La estampa de ayer con el señor Ríos fue bastante dantesca.
Su agenda oscila entre la total ignorancia a tus demandas y las misiones eficientes de la CIA. Ayer a las 8.05 lo tenía ya metido en casa, con su ayudante rumano.
Tenía tanto sueño que yo me volví a meter en la cama, con él dando vueltas por mi micro casa. No sé si es la edad, pero hasta me dio igual.
Le dije que tenía sueño. Y este señor, que no vocaliza, me debió contar algo que no entendí. A las 8.12 ya estaba manoseando sus herramientas con un cigarro en la boca.
Me fui y les dejé a los dos combinando piezas y comentarios técnicos que solo ellos entendían.
Moraleja, si me he reconciliado con el señor Ríos, ya estoy más cerca de entender las mentes masculinas, que son numerosas y diversas.
Feliz finde otoñal, con toneladas de hojas amarillas y castañeras freelance.

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