martes, 8 de julio de 2008

Bebiendo un Rioja, que es gerundio

Lo de la jornada intensiva tiene cosas buenas y malas. De repente aparece una avalancha de tiempo que nunca imaginaste. Algo rayano al paro, a un funcionariado, a un custodio de horas que todavía me cuesta digerir. Estamos tan acostumbrados a ir con el cohete con el culo que cuando descomprimimos, hasta nos sentimos mal. Una amiga me comentó que se han detectado un incremento de las migrañas de fin de semana. Vaya depresión. En fin, después de un paseo masificado por las calles de la ciudad llenas de guiris enfurecidos blandiendo mapa y cámara digital en mano, me retiré a mis calles secundarias. Preparé un engendro de gazpacho de sandía, un poco regulero, y luego llegaron los invitados. Esa es mi hora buena, a la noche, sin prisa, me puedo enfrascar en cualquier aventura. Podría firmar un contrato para convertirme en contrabandista, bailarina por horas o modelo de peluquería. O bien hacerme maquinista del Orient Exprés. Vamos, que un buen Rioja amansa los espíritus y relaja el alma. Pero esos momentos de paz y vino son altamente valorados por contraponerlos a los de acelerón y café con leche apurado de un trago. El blanco existe por contraposición al negro y viceversa. Aunque vivir en un estadio eterno de Rioja tampoco estaría mal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Conchita la Vampiresa nocturna ataca sigilosamente, su droga, el gazpacho de sandia con tropezones... ;-)