jueves, 25 de febrero de 2010

Convivencia de especies

Ayer quedé con mi apreciado amigo P y después de calibrar necesidades y oferta disponible, acabamos en un lugar agradable lleno de cosas ricas, donde los camareros son amables. El punto delicado del lugar es que hay mucha madre suelta con niño suelto. A ver, puntualicemos. Soy un animal y tengo instintos, el maternal entre ellos y celebro la proliferación de la vida. Lo que me irrita es esta pose de madre omnipotente que ocupa los lugares públicos con sus artefactos, bloquea el paso y te mira con aire de mártir. Otro gag predilecto es patinarte con los cachivaches que ha dejado el bello infante por el camino de sus correrías. Tú como humano estás sometido a los caprichos del pequeño. Es más, si te falla el tobillo es que no está suficientemente adaptado a este hábitat salvaje donde los pequeños son los nuevos tiranos. Y soy de las que levantan a niños caídos por la calle, pero por favor, un poco de compasión con los mayorcitos que vamos solos por la vida.
Y a parte de esto, me sumergí en una gran taza de chocolate, bálsamo para el alma y discutimos nuestros últimos ataques de neurosis. Todo en paz.
Y a la vuelta fui a buscar, cual amante galante, a mi vecina, que cenaba sola en un chino porque tenía antojo. La broma del día fue que pasó el paqui de las rosas y al verla allí entre arroz y papeles se rió de ella.
Bueno, si somos una generación de desgobernados y ácratas emocionales, que le vamos a hacer. Al menos no lavamos calzoncillos ajenos con cara de vinagre.

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